Bosques milenarios, enclaves místicos, caprichos modelados por la madre naturaleza, aldeas llenas de leyenda… Así son estas maravillas situadas en diversos puntos de la geografía española y a las que rodea un halo de misterio, perfecto para el viajero ávido de experiencias.
Torcal de Antequera, Málaga
Unos 175 millones de años tardaron en acumularse esqueletos y caparazones de animales marinos en el fondo del mar. Y hace 14 millones, las placas tectónicas ibérica y africana empezaron a empujarse comprimiendo esos sedimentos y creando paisajes, con ayuda del agua y el viento, como el del Torcal de Antequera. Situado entre las localidades de Antequera y Villanueva de la Concepción, toma su nombre de la acumulación de torcas, pequeñas depresiones circulares rellenas de arcilla.
El equilibrio de estas piedras calizas parece casi imposible: tienen forma de tornillo, de camello, de cáliz... Y casi todas están formadas por estratos horizontales como si las hubieran colocado dos gigantes jugando al jenga. Además, se dice que el lugar es un vórtice de energía.
Geoda de Pulpí, Almería
A primera vista, parece ser un material capaz de anular los poderes de un superhéroe. Sin embargo, son cristales de yeso que tapizan una geoda de ocho metros de longitud y dos de altura. Este hueco en la roca es una verdadera joya geológica, la más grande de Europa. Hace 21 años que se llegó a ella casi de casualidad, como suele ser habitual en el descubrimiento de muchos yacimientos arqueológicos y geológicos.
Está a 60 metros de profundidad en la Mina Rica, situada a unos cuatro kilómetros del municipio almeriense de Pulpí, en plena Sierra del Aguilón. Sumergirse en sus profundidades es entrar en lo desconocido, rumbo al centro de la tierra, como si nos guiaran el profesor Otto Lidenbrock y su sobrino Axel, los protagonistas de la famosa novela de Verne. Una vez cara a cara con esta formación caprichosa, cuyo origen está en la mezcla de agua con magma volcánico, hay que contener la respiración, no sea que el yeso sucumba a su poca dureza.
Laurisilva, Tenerife
Son el único resquicio de bosques que quedan de la Era Terciaria y poblaban hace 20 millones de años la cuenca mediterránea. Los cambios climáticos del Cuaternario acabaron con ellos, pero la bruma de los alisios y la temperatura templada de la Macaronesia les permitieron seguir echando raíces. En el caso español, los podemos encontrar en las islas de Gran Canaria, en La Gomera, en La Palma, en El Hierro y también en Tenerife, concretamente en el Parque Rural de Anaga.
Anaga es un lugar lleno de leyendas, de cuentos de brujas, de piratas... A ello se une que el macizo de Anaga es una de las áreas geológicamente más antiguas de Tenerife, perfectas para el cultivo de todo un universo de mitos y fábulas.
Jardins Artigas, Barcelona
Si hay un diseñador mágico, ese es Gaudí. Ese estilo orgánico del que dotó a sus construcciones está perfectamente representado en los jardines de Can Artigas, quizá una de sus obras aún por descubrir. Los creó entre 1905 y 1907 en La Pobla de Lillet. El jardín se abre paso entre la naturaleza, acompañándola con cuevas, cascadas, arcos, esculturas… Las formas animales nos sorprenden en cada esquina.
Solo se oye el agua del río Llobregat, colaborador imprescindible de este conjunto. Se puede acceder a los jardines con el Tren del Cemento, que recorre 3,2 kilómetros pasando por La Pobla, los mismos jardines y terminando en las instalaciones del Clot del Moro.
Las médulas, León
Poco antes de morir observando una erupción del Vesubio en el año 79, Plinio el Viejo estuvo en Las Médulas. Él describió en su Historia Natural las técnicas para obtener oro, el metal precioso responsable de la formación de este paisaje de picachos de tierra roja. Las Médulas están situadas en el Bierzo, al noroeste de los Montes Aquilianos y junto al valle del río Sil, y geológicamente son un fondo de lago de la Era Terciaria.
Pero fueron los romanos quienes intervinieron en su formación al utilizar el sistema de ruina montium para extraer oro: el agua de los riachuelos de la montaña se iba canalizando y embalsando en la parte superior de la explotación y con su fuerza, deshacía la montaña y arrastraba las tierras que contenían oro. Así crearon la mayor mina romana a cielo abierto de Europa.
Los órganos, La Gomera
Como tubos afinados de órganos de los que, en cualquier momento, va a escaparse la Tocata y fuga en re menor BWV 565 de Bach. Así se presenta al mundo este monumento natural de La Gomera, un acantilado de rocas volcánicas situado en la costa norte de Vallehermoso.
Lo mejor es que solo se pueden apreciar desde el mar, por lo que avistarlos desde un barco se torna todavía más especial. Son columnas de basalto de 200 metros de ancho por 80 de alto que no se quedan solo en la superficie, sino que continúan por debajo del mar. De hecho, ha sido la erosión marina la que ha dejado al descubierto este pitón sálico tan espectacular y casi musical.
San Juan de Gaztelugatxe, Bizkaia
Llegar a este islote rocoso, situado entre las localidades vizcaínas de Bakio y Bermeo, no es fácil. Hay que cruzar un puente y subir más de 240 escalones de piedra para alcanzar la ermita que lo corona (dedicada a San Juan Bautista) y cuya campana hay que tocar tres veces para ahuyentar a los malos espíritus. Piratas e incendios han dejado su huella en esta roca mágica, pero la leyenda cuenta que también lo hizo el mismo San Juan.
Este llegó desde Bermeo hasta la ermita dando tan solo tres grandes zancadas y prueba de ello son las cuatro huellas que encontrarás en la zona: la primera, en el Arco de San Juan de Bermeo; la segunda, junto al caserío Itsasalde; la tercera, en el alto de Burgoa; y la última, justo en el último escalón antes de llegar a la ermita.
Pallozas de Piornedo, Lugo
Es fácil imaginar a los lugareños en torno a la lumbre de una palloza en Piornedo contando leyendas de hombres lobo, de diablos que se aparecen en puentes, de mujeres que se convierten en ciervos, de fuentes en las que hay que beber tres veces para conseguir conquistar a la persona amada. Es normal que esta aldea del concello lucense de Cervantes forme parte de las rutas de la Galicia Máxica, ya que sus construcciones circulares prerromanas con sus tejados de paja en forma de cono tienen misterio (al igual que sus hórreos).
Piornedo es un asentamiento en la dura montaña de la Sierra de Ancares, una montaña rodeada de leyendas, un lugar donde el tiempo y la historia han quedado detenidos evocando sus raíces celtas. Un lugar en el que el espíritu de Ánxel Fole aún susurra cuentos á lus do candil.
Rio Tinto, Huelva
Rojizo en unas zonas, ocre en las orillas. Son los colores que las sales ferruginosas le otorgan al Río Tinto, nacido en la sierra de Padre Caro y muerto en la ría de Huelva, donde se une al Odiel. Marciano en cuanto a su posible similitud con las condiciones ambientales del planeta rojo (que buscan la NASA, el CSIC e INTA a través del Proyecto Marte), el Parque Minero de Riotinto muestra las huellas de 5.000 años de actividad minera.
Entre sus rincones más mágicos, la llamada Peña de Hierro, una mina que destaca por su profundidad y por el lago multicolor que hay en su fondo; de ahí que se la conozca como la Mina Arcoíris. Pensar que este río (junto al lugar en que se empezó a jugar al fútbol en España y que Concha Espina describió tan bien en El metal de los muertos) pueda servir de pasarela algún día hacia Marte es ya asombroso.
Cuevas del Drach, Mallorca
La Banderas, los Baños de Diana, el Pequeño Lago, el Monte Nevado, el Lago Martel… Todos ellos forman parte de las cuevas del Drach, compuestas por cuatro espacios conectados y descubiertas en el año 1880 por los espeleólogos Will y Martel, pero ya conocidas durante la Edad Media. Situadas en Porto Cristo, Mallorca, recorrer los 1,2 metros de cueva visitable, con un desnivel de 25 metros y concierto de música clásica incluido, es indescriptible. Y, por supuesto, vienen con leyenda asociada.
Mientras los historiadores recogen el nombre Drach en sus primeros compendios de la historia de Mallorca, otros prefieren relacionar el término con el del dragón que custodiaba un tesoro en ellas y que no dudaba en aparecerse a todos los que intentaran arrebatárselo. Tal vez el tesoro fuera la misma cueva, cuyos techos de estalactitas crecen un centímetro cada 100 años.
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